viernes, 13 de enero de 2012

El Maine y el desarrollo del Desastre

A estos movimientos, como ya se ha comentado, se unió Estados Unidos, que actuó con una mayor beligerancia en estos tiempos.
Tras varios fracasos militares españoles en la isla cubana, los políticos reaccionaron y diseñaron una nueva administración para la isla. Por su parte, Estados Unidos dentro de la política de inherencia en los asuntos españoles en la isla de Cuba, territorio español por otro lado en la época, y ya dentro de un clima de tensión que a todas luces no tenía vuelta de hoja, los EEUU deciden enviar algunos buques de guerra a puertos cubanos en "visita de cortesía" y para la protección de los soldados americanos en el territorio de guerra, entre ellos el acorazado “Maine”. En febrero de 1898, tuvo lugar una  inesperada explosión. El Maine había saltado por los aires. De los 355 tripulantes, murieron 254 hombres y 2 oficiales. El resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un baile dado en su honor por las autoridades españolas. Pronto Estados Unidos atribuyó a la acción española.




En este campo aparece con fuerza la prensa amarilla norteamericana así como una renovación de la propaganda militar. Fue el primer conflicto armado propiciado por la intervención de los medios de comunicación. La prensa de Nueva York quería la guerra. 
Pulitzer y Hearst competían por conseguir un mayor número de ventas en sus periódicos y el hecho de que sucediese una guerra contra España aseguraba una tirada de periódicos abrumadora.
En este punto tiene lugar una anécdota curiosa que acontece entre Hearst y uno de sus dibujantes enviado a Cuba para cubrir un reportaje sobre la posible revolución en Cuba. Este le envió un mensaje por cable que decía:
                “Todo está tranquilo. No hay problemas. No habrá guerra. Deseo volver”.
A lo que Hearst contestó:
            “Por favor, manténgase allí. Usted proporcione las imágenes y yo proporcionaré la guerra”.

Al día siguiente del hundimiento del Maine, Hearst publicó, sin prueba concluyente alguna, que los militares españoles habían lanzado un arma “infernal” hacia el acorazado. La historia, lejos de demostrarse, se extendió por gran parte de la población estadounidense que demandaba iniciar una guerra contra España.

 Hoy en día todo hace indicar que, verdaderamente la explosión fue interna, motivada por la combustión de una carbonera junto a un pañol de municiones. De todas maneras el hecho de que los norteamericanos no consintieran que una comisión internacional, tal como había solicitado España, llevase a cabo las investigaciones, y que finalizada ya la guerra se negasen a llevar a cabo una nueva investigación -solicitada una vez más por España- junto al hecho de que hacia 1.911 los restos del Maine fuesen reflotados y hundidos solemnemente en una fosa del Caribe para evitar posteriores análisis y juicios, habla muy a las claras del oportunismo americano al aprovechar una desgracia para llevar a cabo sus propósitos. Todo eso supuso una gran causa y, cómo no, la excusa perfecta para que el presidente William McKinley declarara la guerra a España.

Un motivo de guerra buscado tanto por la prensa neoyorquina como por los oficiales estadounidenses. La posibilidad de iniciar una guerra contra España estaba en bandeja y lógicamente no la podían dejar escapar.
A partir de entonces, la guerra por la independencia se extendió a Cuba, Filipinas y Puerto Rico. No hay que perder de vista la diferencia de potencial bélico entre España y Estados Unidos, que iniciaba por estos años un imparable Imperialismo, y tanto las bases militares estadounidense como la flota muy próxima a las colonias españolas hicieron que los americanos pudiesen dominar el desarrollo de la guerra. Pese a las primeras derrotas en tierra, los Estados Unidos mandaron nuevos apoyos hasta que España se vio asfixiada. 
Una reacción quizás tardía, o quizás innecesaria por su coste, como el envío de un contingente naval a la isla de Cuba, encabezado por el almirante Cervera, acabó siendo aniquilado frente a Santiago de Cuba, precipitando la rendición española.
España terminó pidiendo la negociación de paz con Estados Unidos. Perdió hombres, dinero, flota pero sobretodo perdió prestigio. Terminaría así el gran Imperio español, la caída de un Imperio que había dominado gran parte de América.

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