viernes, 13 de enero de 2012

Antecedentes al Desastre del 98


En su origen, el desastre del 98 es una derrota colonial similar a las sufridas por otros países latinos como Francia o Portugal frente a países del mundo anglosajón pero, a diferencia de ellos, en el caso español el enfrentamiento tuvo lugar con los EEUU y costó al país la pérdida de sus últimos restos coloniales. Después del desastre no se produjo una quiebra política del sistema, pero sí hubo una crisis de poder ya que la derrota fue juzgada como un fracaso del Estado de la Restauración.

Los años de la Restauración Borbónica en España (a partir de 1875) se caracterizaron por una política muy conservadora que contrastaba con períodos anteriores, como habían sido el reinado de Amadeo I o la I República. Las directrices ordenadas, principalmente, por Antonio Cánovas del Castillo perjudicaron el buen desarrollo de la democracia en España, además de afectar a los territorios de Ultramar: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y las islas Marianas y Carolinas, en el Pacífico. Hasta tal punto será desastrosa la política con las colonias que los tres primeros territorios terminarán obteniendo la independencia en 1898; los dos últimos archipiélagos serán vendidos a Alemania un año después. En todo este proceso no habrá que perder de vista un elemento externo, como fue la intervención estadounidense.






A lo largo del siglo XIX España fue una potencia colonial reticente a establecer  reformas en sus posesiones. Existía el temor de que la autonomía llevaría directamente hacía la independencia. Los gobernantes prometieron reformas desde 1866, pero en cambio, sólo elevaron los impuestos. Ya en 1878 tuvo lugar una primera guerra cubana, que se puso fin con la paz de Zanjón. En esos momentos se pensó en la posibilidad de la autonomía para la isla y se comprometieron a introducir reformas en la isla, pero no todos los políticos de la Restauración estaban de acuerdo y lo que hicieron fue aprovecharse para reforzar la explotación de la colonia y su españolización. A partir de esos instantes, la situación provocó que se despertaran tantos autonomistas como independentistas y, tanto en Cuba como en Filipinas, aparecerán importantes partidos políticos a favor de la independencia.  En el primer caso, tanto Cánovas como Sagasta estaban dispuestos a otorgarles mayores concesiones a los cubanos de las que habían gozado tras 1878. Pero los dos gobernantes coincidían en no ceder un palmo de soberanía. “Cuba es España” como se repetía una y otra vez en los discursos parlamentarios.


La respuesta fue militar: Nuevo jefe de operaciones, Valeriano Weyler, a cargo de 300.000 soldados. Tras esta acción, el partido revolucionario de José Martí, artífice del denominado “grito de Baire”, en 1895, marcó el comienzo de una nueva guerra cubana frente a la metrópolis española.  El puesto que José Martí tendría en la Historia de América y en particular de Cuba, como uno de los héroes de la libertad y defensor de la soberanía, comenzó ya en su adolescencia: fue enviado al presidio político por haber escrito una carta a un compañero de clase en la que lo tildaba de traidor por haberse unido al "Cuerpo de Voluntarios" que servían a los intereses de España. Después del presidio fue deportado a España, donde estudió.
En su regreso a Cuba  fue vigilado por parte de las fuerzas de seguridad españolas, yendo a  países americanos como Guatemala, Venezuela, México y Estados Unidos. En este último país, apoyado por exiliados cubanos y por las comunidades cubanas de Tampa y Nueva York, Martí organizó el Partido Revolucionario Cubano cuyo principal objetivo era lograr la independencia de Cuba. Más tarde patriotas puertorriqueños se unieron con el compromiso de que una vez liberada Cuba, las fuerzas independentistas hicieran lo mismo con Puerto Rico.
Conocedor de las razones del fracaso de la Guerra de los Diez Años, Martí preparó las condiciones para que las mismas no se repitieran, dándole a la fuerza militar un poder ilimitado en cuanto a estrategia y táctica, pero dejando al poder civil solamente la tarea de sustentar diplomática, financiera y legalmente la guerra y de gobernar en los territorios liberados. Martí viajó a Costa Rica, en donde vivía Antonio Maceo, para convencerlo de la necesidad de su aporte a la gesta de independencia. Lo mismo hizo con Máximo Gómez, quien vivía en la República Dominicana. Fue en este último país en donde se firmó el Manifiesto de Montecristi que expresa la necesidad de la Independencia de Cuba. Embarcando desde Haití al frente de una reducida fuerza militar, desembarcaron en Playitas de Cajobabo para coincidir con el “Grito de Baire y el levantamientos en varios zonas del oriente de Cuba.

El gobierno español envío hasta 130.000 soldados bajo las órdenes del general Martínez Campos, que en ocasiones anteriores había conseguido sofocar otras rebeliones. La táctica del general, que se basaba en operaciones con negociaciones, esta vez no dio ningún resultado. A finales de 1895, Martínez Campos fracasó en su intento de controlar la isla.  Tras Alonso Martínez, el general Weyler parecía controlar la insurrección, pero a comienzos de 1897 dos circunstancias echaron a perder el dominio militar de la isla: los liberales, en la oposición, empezaron a distanciarse de la política de Cánovas y a pedir una acción más política que militar, y en los Estados Unidos ganaron las elecciones los republicanos con McKingley, partidario de intervenir en la contienda y substituir a los españoles en el dominio de la isla. Tras el asesinato de Cánovas, Sagasta subió al poder en 1897 quien intentó solucionar el problema con medios políticos, publicando una constitución que confería los mismos derechos peninsulares a los cubanos, pudiendo elegir una cámara de representantes y contarían con un gobierno propio y un gobernado general, cargo similar al del vice rey.

Por otra banda, en el país filipino, nacía la figura de José Rizal, el cual se lanzó a la sublevación en 1896, un año después en el cual los independentistas tagalos se sublevaron y hostigaron a las tropas españolas a través de una guerra de guerrillas. La respuesta del ejército colonial, al mando del general Polavieja, fue innecesariamente dura. Entre sus víctimas figuró José Rizal, héroe filipino anteriormente citado y acusado injustamente de complicidad con el Katipunan. Por ello fue detenido aquel mismo año, juzgado y fusilado por las tropas coloniales. Su muerte supuso un error de las autoridades de la isla y prendió la mecha definitiva de la sublevación avivada ya por las noticias de la revolución que había dado comienzo en Cuba en 1895. La guerrilla, mal organizada, mal armada y para colmo dividida, se vio incapaz de liberar el archipiélago. Sin embargo, los españoles tampoco conseguían imponerse a pesar de la represión y de sus victorias parciales. En realidad, para hacer frente al ímpetu independentista, España oponía muy pocas fuerzas. Según los cálculos, cuando se iniciaron las hostilidades las tropas coloniales estaban compuestas por unos 14.000 hombres del ejército de tierra, en los que estaban integrados contingentes de guardias civiles y carabineros, a los que había que sumar unos 3.000 de la armada, en total unos 17.000 hombres, de los cuales dos tercios eran nativos. Ante esta situación, Madrid sustituyó a Polavieja por Fernando Primo de Rivera, un general que comprendió la necesidad de negociar. A cambio de la rendición prometió iniciar un proceso de reformas entre cuyos puntos figuraba la igualdad entre nativos y españoles, autonomía económica para el archipiélago, expulsión de las órdenes religiosas y diputados propios en las cortes españolas. Finalmente, el 23 de diciembre de 1897, Primo de Rivera y los rebeldes

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